A los absurdos del mar y de la tierra

No creo en los estereotipos, sino que aventuramos y necesitamos saborear al veneno, para sentirnos como pequeños dioses, capaces de reencarnar a personajes únicos. No es fácil encontrarle o darle un sentido a la vida, cuando hemos perdido nuestra capacidad de asombro por lo leve, incluyendo el amor. Me encantan las estaciones amorosas; una primavera permanente, sería absurdamente tediosa, sin la pasión del verano, el romanticismo del otoño o la complicidad del invierno; lo fascinante del amor es esa maraña confusa, sutil y perdurable, entre lo que se debate nuestra fascinación.
Presiento que en el futuro, tendremos que imaginar las precipitaciones que nos indujeron al caos y seremos maldecidos y conjurados, por nuestras futuras generaciones. Todo, absolutamente todo, está más en las manos de los hombres, que en las de Dios. No sé si Dios es amnésico, si padece de alzheimer o si simplemente fue una leyenda-mito armada para manipular, el apocalíptico futuro de las generaciones a partir de Constantino. El amor siempre beneficia a algunos y también perjudicará a otros; no importa quién se sacrifique, nunca faltarán beneficiados y perjudicados; siempre que he estado enamorado, me he sentido demasiado cerca de la felicidad.
Las albas amorosas nos llenan el corazón con ilusiones y flores multicolores; cuando los pensamientos pronuncian con un profundo respeto nuestros nombres y nos hacen sentir 20 centímetros por encima del suelo. Todo lo que fallece se va, como la memoria que borra los nombres de quienes pelearon y murieron en las batallas. Llevo las lágrimas de tu aroma, pegadas al cuerpo de mi tristeza. Un río ciego de desencantos, divide en dos el color de las aguas. Ya no deja el tabaco su aroma, regado como escombros por tu boca.

Te descuarticé con besos y desollé tu piel con promesas, para fluir dentro de ti, como una romántica góndola o una llave abierta de pasión. Bajo la luna y las estrellas, te alejas derramando suspiros. El canario sonrosado le cantó al Sol, confundido con la estela del barco que se alejaba y se perdía, como una ballena jorobada dentro del mar, ignorando que la sestean los arpones de los pesqueros para emboscarla. Escucho la sombra de los gemidos de los muertos; ya no descienden los cadáveres por los ríos, porque descendieron todos los que se consideraban mala hierba.
Hoy, el campo se puede recorrer, siempre y cuando se evite pisar una de las minas quiebra patas, sembradas por la demencia del absurdo ideológico y como un extenso desierto desolado por el miedo y la hambruna de los brutos. Me he amortajado con sueños, para que mi cadáver no muera de frío… la vida para mi es una macabra morgue desde que la tengo que afrontar desnudo y sin ninguna ilusión, como las coperas o las perdidas… esas noches son tenebrosas…

¡Afortunadamente ya no se suicidan los presos políticos, dándose patadas en el rostro, aunque ahora tienen la desagradable costumbre de suicidarse fracturándose los huesos de todo el cuerpo. Se borraron tantas imágenes de mi memoria, que hasta el viento arrancó las páginas ensangrentadas. El dolor me mira como a un buen amigo, mientras contemplo desde la ventana de este absurdo manicomio, las sombras de una vida absurdamente enferma y que requiere de ser internada de inmediato en cuidados intensivos. La muerte está enferma de ser irracional, ilógica y mar de tanto llorar. Los terroristas ya no encuentran ningún espacio libre en ninguna parte del mapa, ya que nada justifica su demencia; la tierra que se deshabitó, quedo maldecida para siempre, ya que es casi imposible perdonar y olvidar, ciertas muertes bellaquerías; los huesos de estos engendros, creyeron que haciéndose los sordos, podían atropellar a quiénes quisieran; su sangre se engendrará maldita y será maldecida hasta por la insomne tierra.

La revolución de los mansos, es una puerta abierta hacia el camino dorado, cuando desaparezca el viejo hombre para siempre. Brama el alma de los castrados, que fueron incapaces de combatir a las ratas. El agua cansada vuelve a las hojas en forma de niebla y el hombre transparente recoge las cenizas de la tristeza y echa al vuelo las campanas, para pregonar la resurrección del nuevo hombre. Los absurdos son un extenso mar de tierra, que tenemos que recorrer de nuevo, para que el amor no pierda su fragancia y nuestro ángel de la guarda, nos extienda su mano sin miedo.

Escrito por Héctor Cediel, 22 de marzo de 2008.

No hay comentarios: